viernes, 9 de julio de 2010

EL ATICO

EL ÀTICO

Todas las tardes, josefina, se subía a escondidas al ático de la vieja casa en Carimallín, a coger de un sucio baúl aquellas fotos antiguas y cartas de amor de las personas que habitaron anteriormente su casa, las miraba con respeto, y ciertas imágenes de una niña que parecía de su edad, le hacia esbozar una sonrisa.

Josefina era la mayor de sus hermanos, por lo cual, debía cumplir la labor de cuidar de ellos y aportar en labores domesticas, que era un trabajo arduo para una niña flaca y paliducha como ella, debía cumplir constantemente con los trabajos que mandaba su abuela Onorinda, y también con el arado de la tierra, de la misma manera que lo haría un hombre, pues su tío Nicodemo, la obligaba a ese forzoso trabajo de campo.

Josefina estaba angustiada pues tenia que cumplir labores que una niña de diez años le es difícil soportar, y mientas mas avanzaba su angustia ella se sentía mas ajena a la vida de sus hermanos, y poco a poco iba perdiendo el interés de jugar con ellos.

La casa de Carimallín era una herencia que dejo el abuelo de josefina quien había muerto de viejo hace algunos años atrás, estaba cerca de un lugar llamado Entrelagos, y cerca de ella se podía observar sus diáfanas aguas y el crepúsculo estelar del atardecer.

La casa era de roble y tenia un piso muy brillante que mantenía la abuela con el chancho, un comedor acogedor, una cocina con horno a leña y cuatro piezas, en una de ellas dormían todas las niñas: josefina, Jacqueline y Jazmín; en la otra dormían: Jorge, Lucas y Pedrito que era el menor de los hermanos, ambas piezas estaban una frente a la otra, y en las dos primeras estaba el tío Nicodemo y en la otra la abuela Onorinda.

La casa tenia un corredor que conectaba con todas las piezas. Al final del corredor se podía desprender del techo una escalera polvorienta que se utilizaba para subir al ático. Todos en la casa sabían de la prohibición de entrar en ese lugar donde supuestamente se guardaban cosas viejas de la abuela y del tío, pero ninguno de ellos daba explicaciones de aquella prohibición. Josefina era muy curiosa y siempre buscaba el momento para entrar allí a ver aquellas fotos y cartas, esperaba que todos estuvieran ocupados en algo y a veces esperaba que todos se quedaran dormidos para subir al ático, apoyada por la luz de una vela.

Debajo de la casa había un sótano, que estaba ocupado con siete barriles grandes de chicha de manzana que fabricaba el tío Nicodemo. La chicha se vendía por temporada y era habitual que vinieran de todos lados a comprarla.

En el patio había diferentes árboles frutales, manzanos, cerezos, membrillos.etc, un granero donde se guardaba el pasto de los animales, un baño de poso y un gallinero, todo esto custodiado fielmente por el amigo Terry que era el canino colorín de la casa. Los deslindes del predio estaban cercados para separarlos de los kilómetros de hectáreas que podían divisarse a lo lejos, y a unos trecientos metros de la casa estaba el poso donde había que buscar agua, muy cerca de un estero con una cascada, donde se lavaba la ropa y donde josefina y los niños entraban a mojarse los pies.

Onorinda era una abuela con aspecto opaco y controlador, mandaba a gritos a los niños en los quehaceres de la casa, vestía chal y faldas de tonos oscuros, tenia el cabello blanquecino y su cara arrugada como pasa, siempre estaba en la cocina haciendo guisos y pan amasado, lo que mantenía entretenido el olfato de los niños en la casa. El tío Nicodemo se dedicaba a las labores de campo, hacia el arado y cosechaba las zanahorias y papas, era un viejo flaco y con grandes músculos (bíceps) en los brazos, pues pasaba cortando leña, y siempre hablaba de los pumas que casaba, cuando se comían los animales del predio.

Un día josefina estaba arando la tierra con su tío Nicodemo, mientas este tiraba de los bueyes para guiarlos, josefina al ser muy pequeña no resistió el empuje de los animales y saco el arado de la tierra perdiéndose la línea, cuestión que hizo hervir de cólera a su tío- ¡Te ‘ije que mantuvieras la línea niña lesa!- y le aforro un varillado en las piernas.

La niña salio llorando para la casa y como no encontró a nadie que la consolara, se fue e encerrar al ático. Cuando estaba arriba sintió que alguien entro a la casa y con una dulce voz decía: ¿Quién esta llorando ahí? Era Jacqueline, su hermanita que le seguía. Josefina bajo las escaleras la tomo de los hombros y le dijo: ¡por favor no le digas a nadie que yo subo al ático!,. A lo que respondió asistiendo con la cabeza. -¡Quiero que guardes el secreto hermanita!-. Y Jacqueline respondió con una sonrisa.

Al día siguiente Nicodemo sintió una culpa terrible, y fue a pedirle perdón a la niña, quien lo miro con desconfianza. Y aprovecho de encargarle una tarea a Josefina, quería que fuera a comprar harina donde el “Viejo Kurt” quien era un vecino alemán del predio siguiente. El “Viejo Kurt” tenia un emporio chiquito, donde vendía cosas básicas, como harina, huevos, sal, azúcar etc. Su cara era abultada con los cachetes colorados, su pelo era rubio como el maíz y tenía los ojos azules y redondos, poseía una cara amigable pero un genio del demonio, era un viejo quejumbroso. Tenía cuatro niños todos rubios con piel y ojos claros, y nunca se le vio su señora. Siempre estaba sentado en una vieja silla al lado del emporio. Cuando Josefina estaba entrando al predio del Viejo Kurt pudo ver algo que le llamo la atención. Una de las vaquillas se había escapado del ganado y estaba tomando agua en una charca profunda, se hundía en el lodo cada vez que inclinaba su cabeza para beber y la mentecata vaquilla desaparecía con rapidez. Josefina asustada llego corriendo donde el Viejo Kurt y le explico lo que estaba sucediendo, el viejo subió a su tractor y le dijo a la niña que lo acompañara a ver a la vaquilla. Pero cuando llegaron ya era muy tarde, se había ahogado en el charco y tenia enterrado la mitad del cuerpo en el logo asomando sus patas traseras. El viejo tomo una cuerda de la maleta del tractor y amarro una de sus puntas en la parte trasera, el otro extremo lo amarro en las patas traseras de la vaquillas con un nudo ciego, y comenzó a jalar a la vaquilla con el tractor hasta sacarla, estaba llena de lodo y no tenia señal de vida alguna. Josefina miro como el viejo la arrastraba fríamente por el camino hasta llegar al emporio y con los ojos empapados de lágrimas le dijo: ¿Me puede vender dos kilos de harina? A lo que el viejo respondió: -¡Tranquila mi niña, estas cosas pasan!-

Josefina se devolvía a la casa con una pena en el alma y muy impactada por lo sucedido, cuando llego, Terry fue a recibirla con un lamido en su mano consolándola, entro y puso la harina en la mesa de la cocina sin que nadie se diera cuenta, y subió al ático escurridizamente como de costumbre.

Poco a poco josefina se afligía más y encontraba una escusa en su cabeza para buscar refugio en el ático, leer esas cartas de amor le provocaba ansiedad y angustia a la vez. Las cartas aseveraban la vida de una mujer que no pudo casarse con un campesino de la zona y que finalmente termino por marcharse de Carimallin, josefina podía sentir la pena de aquella mujer que reclamaba su amor y soñaba en que alguna vez ella sentiría ese cariño por algún chico que la quisiera.