miércoles, 16 de noviembre de 2016

EL ALACRÁN




La tiranía del desierto no daba tregua a los cuervos venenosos, el sol quemante como  lava del inframundo, pegaba de frente al esqueleto olvidado, entre el viento incandescente y los rayos fugitivos de la luz infernal. Y en la llanura pedregosa, allí donde la luz no se posa, nacen las criaturas desérticas que solo pocos recuerdan. Las rocas incrustadas en las dunas, detrás de los montes endemoniados, los benditos escarabajos se revuelcan en la arena de sangre, en medio de cadáveres de caminantes abandonados, culebras y ciempiés carcomen el cráneo del huésped infame, entre cenizas de huesos se abre paso la ostentosa columna ceremonial de los dioses malignos, donde brincan extraños monstros de dos cabezas, mientras que, entran y salen esqueletos carnosos de una tumba dorada, se enrollan las víboras y ciempiés junto a la sombra espectral de un demonio a media luz.
Las monumentales rocas que se asoman en la arena envenenada, bajo la capa del hombre alacrán, y de Dioses antiguos mutilados por espadas y lanzas de guerra, se asoma un hombre desfigurado, con brazos de pies, y pies de manos filosas y un torso escamoso de alacrán y una capa de huesos y sangre coagulada, que con nobleza se arrastra debajo de la arena donde habitan gusanos sin cabezas.
En las profundidades del desierto corre un río de lava ardiente, con cadáveres flotantes y monstros innombrables que gruñen con espanto las desgracias humanas; aguas de sangre naciente que nacen en los roqueríos desérticos y desembocan en la boca de una estatua de piedra gigante y grotesca con brazos y piernas de reptil, y el hombre de torso escamoso de alacrán se retuerce sin gloria en el río de sangre fangoso.
Un demonio que asecha su maléfico baño de horror, escurridizo como una sombra de luna  se dirigió al hombre alacrán y le dijo:
–Soy el de la eternidad, he venido a dar muerte a tu infame cuerpo deformado, no habrá más desierto ensangrentado, ni cadáveres olvidados en la arena; quiero ver, tu abominable cuerpo a los pies del rey de las sombras.
Y el hombre alacrán repuso.
 –Tu intención he de entender, mi bestial enemigo, pero, al igual que tú, convertirme en demonio será mi destino; decidle al rey de las sombras que me he llevado tantas almas, como granos de arena en el  desierto, que he desgarrado la piel de la noche más allá del  tiempo memorable, que he tragado más sangre que la espada de los Dioses oscuro, y que he vivido entre los vivos para despertar a los muertos.
Entonces el demonio retrocedió y escapó de las garras del hombre alacrán y cuando tuvo que responder ante el rey de las sombras  le dijo:
 –Lo que vieron mis ojos no lo creerás jamás malévolo rey, una nueva abominación de la tierra ha llegado, sus palabras ostentan un sufrimiento más grande que el de vuestra maldad. El hombre alacrán ha llegado a gobernar y la insaciable agonía de los muertos perdurará otra eternidad.
Y el rey contestó:
– ¡Ya era hora de morir, ya era hora de vivir! Ni aun en las llamas del infierno, los demonios en calma, estarán. ¡Ahí viene! Puedo olerlo, ¡Que empiece la guerra! ¡Que reine el sufrimiento!...
    

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