Estaba con la mirada perdida, acostado
en una fría camilla. Postrado, frente al ventanal. Afuera los pájaros danzaban,
las nubes lloraban, y el cielo era magro purpura. El viento golpeaba los
arboles y una rama acariciaba la ventanilla.
-¿Qué es lo que me ha pasado?
Se pregunta reiteradamente, mientras
sus mejillas tiritan, con un estruendo demencial del pensamiento.
-¿Por qué he terminado mi vida en este frío manicomio? ¿En qué me he convertido? ¿Quiénes me amarán en este silencio,
sin ruido, sin vida y sin amor?
Y así, pasaban los días repitiendo lo
mismo una y otra vez en su mente.
La mundanidad lo ha dejado atrapado en
la mendicidad de lo absoluto el tiempo lo carcomía vivo; y a la vez, un vacío como la nada lo demacraba, siempre
inerte e inmóvil como el pasado.
Todas las tardes, viene una enfermera
con su cara de perversidad, infausta, le da con su mano de santa, la dosis
diaria de medicina.
Mientras traga las pastillas, sus ojos son
cristalizados por la amargura. Solo quiere que la bendita dama desaparezca de
su pieza.
Algunos días se levanta de su lecho y
camina por el patio del manicomio, circundante, se le ve danzar, entre los
gritos hostiles de sus compañeros
dementes, y su rostro agónico no es más que la insignificancia irremediable.
Puede ver como un grupo de hombres se
burla a carcajadas engreídas, de su caminata sin piedad. Recordó unos versos
que alguna vez escribió:
“Ya
la inmensidad, ha tocado fondo…
La
crisis de la existencia me nubla
Te
golpearé mi amada locura
Con
toda la humanidad que siento
Te
besaré con la tiranía de mí ser
Lloraré
la derrota de mi mente
En
las oscuridades de la luz”
Una vez devuelta a la alcoba, a cada
uno de los dementes, les entregan la correspondencia del día; hacen fila y
balbucean ansiosos; como si fueran parte de una realidad infame; sometidos a
esta hipocresía donde nadie es quién es, donde las personas son solo sombras
que hablan sin decir nada, donde seguro nadie quiere estar, ni ser parte de una
mentira, la gran mentira de aquellos que dicen estar lucidos; los desconciertan,
y aborrecen la lucidez, la soberbia de la realidad no es más que una estrella
insignificante en su universo mental.
Al
abrir el sobre que le enviaron, se da cuenta que en su interior hay un conjunto
de fotos amontonadas; comienza a mirarlas con atención, y se da cuenta que las
fotos contiene imágenes de “Él mismo”;
“Él” acostado en la cama del manicomio;
y la enfermera dándole su medicina, “Él”
paseando circundantemente en el patio, las ramas de los arboles golpeando su
ventana. Murmuró a sí mismo:
-¿Qué diantre es esto? ¿Quién me ha
sacado estas fotos? ¿Qué clase de broma tan cruel es esta?
Se balancea hacia sus compañeros
preguntándoles uno por uno, gritando con gran amargura, desorientado y perdido en
su mormullo interno:
-¿Quién me ha sacado estas fotos? Por
favor díganme, se los ruego ¿Quién me ha sacado estas fotos? –preguntó
nervioso, tembló y se rasguñó la cara.
Al no tener respuesta, y ver los hombre
burlarse de él, comienza a romper las fotos una por una y ha metedla por la
boca. Masticó abriendo y cerrando la mandíbula dislocada.
La desesperación comienza a ocupar su
furia existencial, y su conciencia se retuerce dentro de sus pensamientos. Las
imágenes de las fotos comienzan a parpadear en su mente como un flash. Sus ojos
se desorbitan, su ceño se frunce, sus manos se encorvan arañando el aire; como
una rama de árbol, sus venas se asoman por sus sienes castigando la fricción
mandibular de su boca. Grita sin más silencio, como aquel que escucha el hastió
en la soledad. Uno de los hombres de blanco, lo tumba de un golpe contra el suelo
y comienza a taparle la boca; otro le agarra los brazos, –un hueso se escucha
crujir–; otro hombre amarra sus piernas; un último le inyecta una sustancia
grisácea por el cuello, mientras las pupilas de sus ojos se desvanecen, fijas,
en el foco del techo…, y cayó al suelo convulsionando.
Al día siguiente, despierta asustado,
comienza a mirar a todos lados y la soledad lo abraza una vez más, piensa:
-¿Por qué he terminado mi vida en este frío manicomio? ¿En qué me he convertido? ¿Quiénes me amarán en este silencio,
sin ruido, sin vida y sin amor?
Mientras la enfermera, con cara de
perversidad deja caer las pastillas en
su boca.