lunes, 12 de septiembre de 2016

FANTASMAR


Hoy he muerto en el agua; pero, una burbuja quiere salvarme. Mis ojos no logran ver el fondo oceánico; estoy flotando en la bahía de las ánimas. Una  mantarraya clava su cola en mi espíritu; pero yo, he despertado en el océano viperino; ¡Y no sé nadar en la osadía! En la orilla del muelle yazgo como una anguila, y poco a poco me desvanezco en el azul marino de la soledad.  ¡Ahora soy! “El Fantasmar”, y a veces recuerdo cuando era un alma errante – ¡terrenal amargura!–; Cuando la humanidad se ahogaba en el egoísmo; ¡ahí, estaba yo!, sobreviviendo entre los hombres, viviendo ingenuamente la eterna vida nebulosa; sonámbulo,  sumergido en la ruindad de aquellos humanos espectrales. Esa especie iracunda, de mi antiguo mundo, abusaban de los débiles; de los desamparados; pues ahora, que estoy sumergido en la luz tempestuosa, logro entender porque soporté  tanto desdén; y desde aquel día, me he quedado en el sol de los atardeceres. Solo; en el arenal, sintiendo el rocío póstumo del mar.
He visto las sombras en el  túnel, ahí descansan todas las almas de mi nuevo mundo, les hablo día a día y ellos piensan que aún están vivos, y se escapan difuminadas en el pasadizo luminiscente.
Todas las tardes me siento en la arena y veo a aquella mujer que solía amar, miro su cabello de  algas azules, sus anfibios pies delgados, sus manos talófitas, y sus ojos pardos clorofíceos que calla el horizonte marino, su cuerpo purpurino de medusa; y pienso: de seguro es una “Diosa marina”, una criatura iluminada por el sosiego de la vastedad. Lleva puesto un vestido continental de ova, un cinturón de Orión, ajustado a sus caderas rocosas, y un collar de perlas en su fino cuello apaisado – ¡Oh! Que bella es Dios mío, ¡Es tan hermosa!– Quizás ya no recuerda cuanto la quise, cuanto la amaba; ¡claro que sí! Era capaz de  enfrentar al sumo Mefistófeles  por mi bella soberana, la buscaría en el acuoso averno recalcitrante; bueno, ¡Quizás!, este túnel lo sea. ¿Por qué ya no puedo amarla? La deseo con delirio mortal, pero ya no soy el mismo; ahora soy humedad, me he vuelto pasado vertiginoso, ¡Como anhelo besar sus labios de sirena!, volvería de la muerte solo por tocarla, y acariciar su rostro aguado una vez más…
A veces caminábamos  por estas mismas arenas, yo la tomaba de la mano, la besaba con pasión, ella sonreía dulcemente y mi corazón se desvanecía en la inmensidad, era como un milagro del atardecer, un brillo estelar del universo, un cántico del  aura.
Ahora la veo, en este preciso momento, la observo,  pero ella no puede verme, soy un ente invisible ante sus ojos, un fantasma infame que altera la vida.
No recuerdo como se llamaba mi amada, ni siquiera sé porque la amo tanto, pero cada vez que la veo, en estos bellos atardeceres,  mi luminosidad se desliza hacia ella.
Me siento muy extraño en este mundo, es como estar dentro de un glóbulo eterno y oscuro, de donde no puedo escapar. ¿Habrá alguna forma de que ella me pueda sentir? ¿Podré encontrar la forma de llegar a ella, o  acallar mis vicisitudes en esta neblina del tiempo? 
Los días pasan, y me voy angustiando, siento que mi ánima se va desvaneciendo, estoy cansado, los años de mi vida anterior son imágenes confusas y vagas, no sé quién fui, que hacía, con quienes compartía la vida… Algunas noches camino por el arenal  y oculto mis ojos siniestros en el  océano espeluznante, comienzo a volar sobre sus aguas, me  sumerjo en las profundidades, veo los pececillos desplazarse en cardúmenes, los quiero tocar con mi fantasmagórica imprudencia, los acompaño en su travesía, en la vitalidad de las aguas; después descanso en el atolón de los vivientes, cerca de la playa negra donde contemplo el cielo rojo venusino y lloro…mis lágrimas son como diamantes que brillan en el crepúsculo tormentoso y sin descanso; solo soy un alma temible a los vivos, un destello del tiempo, transparente,  invisible para para mi amada.
Lloro junto a su cuerpo, que se baña en la  timidez del mar, su rostro me hace anhelar su sonrisa que se ilumina con la luz de la luna, en esta playa, donde alguna vez, ella también me besaba con sus labios eternos, la dulce piel que baña mi tumba marina, fugaz imagen de su espíritu que vivirá por siempre en el vacío inquieto de mi corazón.