Hoy he muerto en el agua; pero, una burbuja quiere salvarme. Mis ojos no logran ver el fondo oceánico; estoy flotando en
la bahía de las ánimas. Una mantarraya clava su cola en
mi espíritu; pero yo, he despertado en el océano viperino; ¡Y no sé nadar en la
osadía! En la orilla del muelle yazgo como una anguila, y poco a poco me
desvanezco en el azul marino de la soledad. ¡Ahora soy! “El Fantasmar”, y a veces recuerdo cuando era un alma errante –
¡terrenal amargura!–; Cuando la humanidad se ahogaba en el egoísmo; ¡ahí,
estaba yo!, sobreviviendo entre los hombres, viviendo ingenuamente la eterna vida
nebulosa; sonámbulo, sumergido en la ruindad
de aquellos humanos espectrales. Esa especie iracunda, de mi antiguo mundo,
abusaban de los débiles; de los desamparados; pues ahora, que estoy sumergido
en la luz tempestuosa, logro entender porque soporté tanto desdén; y
desde aquel día, me he quedado en el sol de los atardeceres. Solo; en el
arenal, sintiendo el rocío póstumo del mar.
He visto las sombras en el túnel, ahí descansan todas
las almas de mi nuevo mundo, les hablo día a día y ellos piensan que aún están
vivos, y se escapan difuminadas en el pasadizo luminiscente.
Todas las tardes me siento en la arena y veo a aquella mujer
que solía amar, miro su cabello de algas
azules, sus anfibios pies delgados, sus manos talófitas, y sus ojos pardos
clorofíceos que calla el horizonte marino, su cuerpo purpurino de medusa; y
pienso: de seguro es una “Diosa marina”,
una criatura iluminada por el sosiego de la vastedad. Lleva puesto un vestido
continental de ova, un cinturón de Orión,
ajustado a sus caderas rocosas, y un collar de perlas en su fino cuello apaisado
– ¡Oh! Que bella es Dios mío, ¡Es tan hermosa!– Quizás ya no recuerda cuanto la
quise, cuanto la amaba; ¡claro que sí! Era capaz de enfrentar al sumo
Mefistófeles por mi bella soberana, la
buscaría en el acuoso averno recalcitrante; bueno, ¡Quizás!, este túnel lo sea.
¿Por qué ya no puedo amarla? La deseo con delirio mortal, pero ya no soy el
mismo; ahora soy humedad, me he vuelto pasado vertiginoso, ¡Como anhelo besar
sus labios de sirena!, volvería de la muerte solo por tocarla, y acariciar su
rostro aguado una vez más…
A veces caminábamos por estas mismas arenas, yo la
tomaba de la mano, la besaba con pasión, ella sonreía dulcemente y mi corazón
se desvanecía en la inmensidad, era como un milagro del atardecer, un brillo
estelar del universo, un cántico del
aura.
Ahora la veo, en este preciso momento, la observo,
pero ella no puede verme, soy un ente invisible ante sus ojos, un fantasma
infame que altera la vida.
No recuerdo como se llamaba mi amada, ni siquiera sé porque
la amo tanto, pero cada vez que la veo, en estos bellos atardeceres, mi
luminosidad se desliza hacia ella.
Me siento muy extraño en este mundo, es como estar dentro de
un glóbulo eterno y oscuro, de donde no puedo escapar. ¿Habrá alguna forma de
que ella me pueda sentir? ¿Podré encontrar la forma de llegar a ella, o acallar mis vicisitudes en esta neblina del
tiempo?
Los días pasan, y me voy angustiando, siento que mi ánima se
va desvaneciendo, estoy cansado, los años de mi vida anterior son imágenes
confusas y vagas, no sé quién fui, que hacía, con quienes compartía la vida… Algunas
noches camino por el arenal y oculto mis ojos siniestros en el océano espeluznante, comienzo a volar sobre
sus aguas, me sumerjo en las profundidades, veo los pececillos
desplazarse en cardúmenes, los quiero tocar con mi fantasmagórica imprudencia,
los acompaño en su travesía, en la vitalidad de las aguas; después descanso en
el atolón de los vivientes, cerca de la playa negra donde contemplo el cielo
rojo venusino y lloro…mis lágrimas son como diamantes que brillan en el
crepúsculo tormentoso y sin descanso; solo soy un alma temible a los vivos, un
destello del tiempo, transparente, invisible para para mi amada.
Lloro junto a su cuerpo, que se baña en la timidez del mar, su rostro me hace anhelar su
sonrisa que se ilumina con la luz de la luna, en esta playa, donde alguna vez,
ella también me besaba con sus labios eternos, la dulce piel que baña mi tumba
marina, fugaz imagen de su espíritu que vivirá por siempre en el vacío inquieto
de mi corazón.