lunes, 14 de noviembre de 2016

!CARNE FRESCA!



Soplaba el viento tétricamente en la techumbre de la mansión Achlys, la niebla no daba tregua a los cuervos endemoniados que huyen del vapor fantasmal. Los faroles parpadeaban en el umbral de la sucia entrada como el ojo de un gato tuerto. El sonido gutural de un piano de tubo salía por las ventanas de la casa, como saludando a aquellos espíritus que se atrevían a entrar; un grito proceloso y macabro rugía desde su interior. La lluvia comenzó a llorar con lamentos de cadáveres en el cementerio del patio trasero y un rayo se dejó caer cercenando las lapidas de los muertos andrajosos; un brazo se asomó con fuerza desde la profundidad de la tierra.
-¡Aaaahhhh! ¡Tierra fresca! –exclamó una mujer, asomando lo que fue, una fina cabeza aristocrática, en el patio de la vieja casa de la familia Achlys y caminó cojeando, arrastrando sus harapos, hacia la puerta trasera de la mansión.
Una mesa antigua de roble lucia fulgurosa en el cuarto del salón principal; la cena estaba servida en finos platos de porcelana con bordes de oro, que daban el aspecto lúdico del borrascoso encuentro; lombrices, ciempiés y cerebros frescos humanos era parte del menú:
-Padre, ¡Vedme aquí padre! He llegado a tu mesa, he decidido estar entre los vivos –dijo María Antonieta Achlys
-Has perdido mucho tiempo en el inframundo –respondió el Conde Urek Achlys.
-¿Te ha mandado Belcebú, ¡ese maldito!, o solo decidiste aparecer como el resto? –inquirió el conde a la muchacha zombi, apuntándola con su bastón en la mano.
-no padre, vine para unirme a ti, debemos partir, tengo muchas almas que llevar –contestó María Antonieta–, pero no tengo tiempo suficiente.
¿Cuántas ha pedido esta vez el sádico de tu jefe? –abucheó el difunto dueño de casa mientras engullía los sesos humanos.
-Debo llevar dos almas para media noche, almas puras y vírgenes para el festín de los magos caídos, el demonio quiere festejar la avaricia humana con carne fresca. –Dijo María Antonieta  cuando se propuso masticar un ciempiés –de lo contrario deberé pasar un periodo más en el inframundo.
-¡Muy bien! Iremos a las cumbres de las animas y bajaremos por la quebrada del vis, allí se ha construido una nueva casa, a las afuera de la ciudad, nadie notará que sus moradores desaparecieron. –Agregó el Conde cruzando sus alargados dedos con uñas negruzcas y filosas.
Los zombis caminaron sonámbulamente  por el borde, del acantilado las ánimas y acecharon la casa de los infortunados moradores, el agua de la lluvia corría como un río por los senderos carnosos; los truenos alteraban a los moradores en cada resplandor, sus rostros se estremecían de espanto con el destello de los rayos, la luna llena se asomaba  imponente por las ventanas de los moradores, con hoyuelos y glóbulos de sangre.
-veo a una posible víctima –jadeó el Conde Urek mostrando sus dientes azulados de putrefacción –, es una mujer, es hermosa ¡Carne fresca! Es una bella alma para belcebú ¿no te parece Antonieta?
-Es una buena victima para ti, Conde, siempre quieres lo más fresco, lo mejor. Y me dejas a mí los restos de carne podrida. Y eso que soy tu fatídica hija ¡Hasta cuando! –resolló Antonieta enfadada, mordió su necroso dedo índice arrancándolo de su mano.
-Hasta cuando belcebú te libere, y te mande como alimaña a la tierra, como lo hizo conmigo, por mientras debes llevarle estas almas, es necesario más carbón en el hades, el crepúsculo se ha posado en tu destino.
-¡Ve hija del demonio! Recobra tu sed de sangre y traedme ese cuerpo que merodea en la habitación. –ordenó el conde Urek a su bestial hija de las tinieblas.
La salvaje y endemoniada mujer se introdujo con sigilo en la desolada casa del monte de las ánimas, y comenzó a olfatear como un maloliente canino, el hedor de los habitantes de la desgraciada vivienda, entró a las alcobas, una por una, hasta hallar a quien sería el niño de la casa, este gritó lleno de pánico, y sus dulces ojos se desvanecieron mientras la fiera arrancó su yugular de un mordisco, lo arrastró hasta los pies de su padre y lo devoraron sin más preámbulos.
-¡Es tu primera víctima! –preguntó el conde –. La luz de la luna alumbro la cara ensangrentada de su hija. Las vísceras del niño esparcidas por el barro y la lluvia, una escena familiar y macabra que aterra a cualquier vivo.
-Sí –contestó–, pero María Antonieta lo miraba con desprecio; aun cuando esta enclaustrada por la eternidad; en la penumbra más oscura del infierno, quedan uno  que otro recuerdo de humanidad, y se odia, se odia por lo que había hecho y en lo que se había convertido.
-¡Aaaahhhh! –Gritó una mujer con espanto –, cuando vio a los zombis devorar a su pequeño hijo, y salió corriendo hacia el bosque.  
¡Atrápala! –Ordenó el Conde–, María Antonieta corrió detrás de la mujer como un animal de casería. Pero esta huyó de súbito.
En el gélido bosque la lluvia copiosa golpeaba las hojas de los árboles, como si cayeran pequeños aerolitos incandescentes de roca; la mujer se ocultó detrás de un árbol en forma de rostro humano, con ramas puntiagudas de en forma de mano; Antonieta podía oler el latido del corazón de su víctima, su jadeo y su piel, la desesperación se hizo más intensa; la mujer intentó huir hacia otro árbol más lejano, pero fue alcanzada por las garras de Antonieta, desgarró su vientre y comenzó a devorar sus intestinos; aún viva, la arrastro hasta los pies del Conde.
-¡Muy bien! ¡Mi bella fiera!, ya has alcanzado la cuota de sangre por esta noche, deberás volver a la cripta con belcebú. –dijo el Conde con solemnidad mientras acariciaba el rostro desmenuzado de su hija, al son de las tinieblas.
Pero Antonieta se arrojó sobre él, y  mordió el cuello roído de su padre, la sangre se esparció por su fino traje de seda, hasta llegar a sus puntiagudas botas y bastón; el Conde miro con desprecio sus ojos y le dijo: “¡Vendré del infierno a desatar tu maldición!” Pero María Antonieta se arrimó a su torso,  como si un pequeño atisbo de ternura aun viviera en la abominable fiera, y respondió: “!Te estaré esperando¡” Padre …, alzo su garra eclipsando sus ojos  y  atravesó su pecho , le arrancó el corazón de cuajo y lo devoró mientras gemía…, el Conde cayó entre el barro, tiesamente, como un maniquí de será, luego lo arrojó por el acantilado de las animas, el cuerpo quedó destrozado frente al mar.
Pasaron los años y María Antonieta Achlys tomó muchas almas, y bebió mucha sangre de sus malavenidas víctimas, vivió en la vieja casa del conde, e hizo todo aquello tal cual su padre hubiera hecho en su dominio. Pero una noche después de cenar retos humanos apareció el mismísimo belcebú delante de sus ojos, tenía un nuevo contrato en su garra, Antonieta intentó escaparse, pero cuando abrió la puerta, se topó con alargada figura del Conde, la tomó de los hombros y gruño: – ¡ya es tiempo de que ardas!–, le dijo con voz macabra; le hizo un gesto al Diablo, y María Antonieta ardió hasta descomponerse y desaparecer en el viejo mármol de la mansión Achlys.
 Un cuervo se asomó por la ventana, aullidos extraños se escucharon a lo lejos, el Conde se sentó a cenar, en la cabeza de su antigua mesa, los restos humanos que dejó su hija, se escucharon gritos y alaridos por doquier; un brazo de desprendió de la tierra húmeda, en el cementerio del patio trasero, luego, un fino cráneo de mujer aristocrática se asomó en la media luz.
 -¡Aaaahhhh! ¡Tierra fresca! –se escuchó un desgarrador alarido cadavérico, un nuevo ciclo de espanto ha comenzado en la mansión Achlys.

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