Soplaba
el viento tétricamente en la techumbre de la mansión Achlys, la niebla no daba
tregua a los cuervos endemoniados que huyen del vapor fantasmal. Los faroles
parpadeaban en el umbral de la sucia entrada como el ojo de un gato tuerto. El
sonido gutural de un piano de tubo salía por las ventanas de la casa, como
saludando a aquellos espíritus que se atrevían a entrar; un grito proceloso y
macabro rugía desde su interior. La lluvia comenzó a llorar con lamentos de
cadáveres en el cementerio del patio trasero y un rayo se dejó caer cercenando
las lapidas de los muertos andrajosos; un brazo se asomó con fuerza desde la
profundidad de la tierra.
-¡Aaaahhhh!
¡Tierra fresca! –exclamó una mujer, asomando lo que fue, una fina cabeza
aristocrática, en el patio de la vieja casa de la familia Achlys y caminó
cojeando, arrastrando sus harapos, hacia la puerta trasera de la mansión.
Una
mesa antigua de roble lucia fulgurosa en el cuarto del salón principal; la cena
estaba servida en finos platos de porcelana con bordes de oro, que daban el
aspecto lúdico del borrascoso encuentro; lombrices, ciempiés y cerebros frescos
humanos era parte del menú:
-Padre,
¡Vedme aquí padre! He llegado a tu mesa, he decidido estar entre los vivos
–dijo María Antonieta Achlys
-Has
perdido mucho tiempo en el inframundo –respondió el Conde Urek Achlys.
-¿Te ha
mandado Belcebú, ¡ese maldito!, o solo decidiste aparecer como el resto?
–inquirió el conde a la muchacha zombi, apuntándola con su bastón en la mano.
-no
padre, vine para unirme a ti, debemos partir, tengo muchas almas que llevar
–contestó María Antonieta–, pero no tengo tiempo suficiente.
¿Cuántas
ha pedido esta vez el sádico de tu jefe? –abucheó el difunto dueño de casa
mientras engullía los sesos humanos.
-Debo
llevar dos almas para media noche, almas puras y vírgenes para el festín de los
magos caídos, el demonio quiere festejar la avaricia humana con carne fresca. –Dijo
María Antonieta cuando se propuso
masticar un ciempiés –de lo contrario deberé pasar un periodo más en el
inframundo.
-¡Muy
bien! Iremos a las cumbres de las animas y bajaremos por la quebrada del vis,
allí se ha construido una nueva casa, a las afuera de la ciudad, nadie notará
que sus moradores desaparecieron. –Agregó el Conde cruzando sus alargados dedos
con uñas negruzcas y filosas.
Los
zombis caminaron sonámbulamente por el
borde, del acantilado las ánimas y acecharon la casa de los infortunados
moradores, el agua de la lluvia corría como un río por los senderos carnosos; los
truenos alteraban a los moradores en cada resplandor, sus rostros se
estremecían de espanto con el destello de los rayos, la luna llena se
asomaba imponente por las ventanas de
los moradores, con hoyuelos y glóbulos de sangre.
-veo a
una posible víctima –jadeó el Conde Urek mostrando sus dientes azulados de
putrefacción –, es una mujer, es hermosa ¡Carne fresca! Es una bella alma para
belcebú ¿no te parece Antonieta?
-Es una
buena victima para ti, Conde, siempre quieres lo más fresco, lo mejor. Y me
dejas a mí los restos de carne podrida. Y eso que soy tu fatídica hija ¡Hasta
cuando! –resolló Antonieta enfadada, mordió su necroso dedo índice arrancándolo
de su mano.
-Hasta
cuando belcebú te libere, y te mande como alimaña a la tierra, como lo hizo
conmigo, por mientras debes llevarle estas almas, es necesario más carbón en el
hades, el crepúsculo se ha posado en tu destino.
-¡Ve
hija del demonio! Recobra tu sed de sangre y traedme ese cuerpo que merodea en
la habitación. –ordenó el conde Urek a su bestial hija de las tinieblas.
La salvaje
y endemoniada mujer se introdujo con sigilo en la desolada casa del monte de
las ánimas, y comenzó a olfatear como un maloliente canino, el hedor de los
habitantes de la desgraciada vivienda, entró a las alcobas, una por una, hasta
hallar a quien sería el niño de la casa, este gritó lleno de pánico, y sus
dulces ojos se desvanecieron mientras la fiera arrancó su yugular de un
mordisco, lo arrastró hasta los pies de su padre y lo devoraron sin más
preámbulos.
-¡Es tu
primera víctima! –preguntó el conde –. La luz de la luna alumbro la cara
ensangrentada de su hija. Las vísceras del niño esparcidas por el barro y la
lluvia, una escena familiar y macabra que aterra a cualquier vivo.
-Sí
–contestó–, pero María Antonieta lo miraba con desprecio; aun cuando esta
enclaustrada por la eternidad; en la penumbra más oscura del infierno, quedan
uno que otro recuerdo de humanidad, y se
odia, se odia por lo que había hecho y en lo que se había convertido.
-¡Aaaahhhh!
–Gritó una mujer con espanto –, cuando vio a los zombis devorar a su pequeño
hijo, y salió corriendo hacia el bosque.
¡Atrápala!
–Ordenó el Conde–, María Antonieta corrió detrás de la mujer como un animal de
casería. Pero esta huyó de súbito.
En el
gélido bosque la lluvia copiosa golpeaba las hojas de los árboles, como si
cayeran pequeños aerolitos incandescentes de roca; la mujer se ocultó detrás de
un árbol en forma de rostro humano, con ramas puntiagudas de en forma de mano;
Antonieta podía oler el latido del corazón de su víctima, su jadeo y su piel,
la desesperación se hizo más intensa; la mujer intentó huir hacia otro árbol
más lejano, pero fue alcanzada por las garras de Antonieta, desgarró su vientre
y comenzó a devorar sus intestinos; aún viva, la arrastro hasta los pies del
Conde.
-¡Muy
bien! ¡Mi bella fiera!, ya has alcanzado la cuota de sangre por esta noche,
deberás volver a la cripta con belcebú. –dijo el Conde con solemnidad mientras
acariciaba el rostro desmenuzado de su hija, al son de las tinieblas.
Pero
Antonieta se arrojó sobre él, y mordió
el cuello roído de su padre, la sangre se esparció por su fino traje de seda,
hasta llegar a sus puntiagudas botas y bastón; el Conde miro con desprecio sus
ojos y le dijo: “¡Vendré del infierno a desatar tu maldición!” Pero María
Antonieta se arrimó a su torso, como si
un pequeño atisbo de ternura aun viviera en la abominable fiera, y respondió:
“!Te estaré esperando¡” Padre …, alzo su garra eclipsando sus ojos y atravesó
su pecho , le arrancó el corazón de cuajo y lo devoró mientras gemía…, el Conde
cayó entre el barro, tiesamente, como un maniquí de será, luego lo arrojó por
el acantilado de las animas, el cuerpo quedó destrozado frente al mar.
Pasaron
los años y María Antonieta Achlys tomó muchas almas, y bebió mucha sangre de
sus malavenidas víctimas, vivió en la vieja casa del conde, e hizo todo aquello
tal cual su padre hubiera hecho en su dominio. Pero una noche después de cenar
retos humanos apareció el mismísimo belcebú delante de sus ojos, tenía un nuevo
contrato en su garra, Antonieta intentó escaparse, pero cuando abrió la puerta,
se topó con alargada figura del Conde, la tomó de los hombros y gruño: – ¡ya es
tiempo de que ardas!–, le dijo con voz macabra; le hizo un gesto al Diablo, y
María Antonieta ardió hasta descomponerse y desaparecer en el viejo mármol de
la mansión Achlys.
Un cuervo se asomó por la ventana, aullidos
extraños se escucharon a lo lejos, el Conde se sentó a cenar, en la cabeza de
su antigua mesa, los restos humanos que dejó su hija, se escucharon gritos y
alaridos por doquier; un brazo de desprendió de la tierra húmeda, en el
cementerio del patio trasero, luego, un fino cráneo de mujer aristocrática se
asomó en la media luz.
-¡Aaaahhhh! ¡Tierra fresca! –se escuchó un
desgarrador alarido cadavérico, un nuevo ciclo de espanto ha comenzado en la
mansión Achlys.
GTF
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