La vida era como el filo de un
cuchillo para el Sr. Jonás; a veces piensa
que ha malgastado su tiempo sumergido en la pequeña carnicería de su padre,
herencia que para esta altura ya era un karma; en algunas ocasiones, por las
tardes venusinas, fijaba su mirada por
la ventana y recordaba cómo era la vida en su juventud, recordaba aquellos
momentos felices que tenía con su padre caminando por el parque de Saint Black, charlando de quien
había sido su madre, una mujer artista y distinguida, pero que había encontrado
la muerte al momento de dar a luz a Jonás.
La melancolía de sobrevivir en la
soledad más seca que un hombre puede soportar, junto con el inesperado
abandono de su padre lo había hecho
envejecer prematuramente. Se había marchado un día Domingo mientras Jonás
habría la carnicería, le dejo una carta a la cabecera de la cama explicando el
motivo de su huida, lo que Jonás finalmente concluyó que su padre jamás pudo
soportar la soledad que le trajo la muerte de su madre y probablemente lo
culparía por aquello.
Así pasaron los años, la gente entraba
y salía de la carnicería, pero para Jonás no eran más que muñecos parlantes que
compraban carne y más carne, deseándola, como si fuera la mejilla de Jesús,
pero él solo cortaba los trozos por inercia, mientras su mirada se detenía
perpleja en la sangre esparcida.
En las noches después de cerrar, tomaba
unas copas de whisky, junto al álbum familiar, era el whisky que su
padre guardaba en el estante, probablemente hace años que nadie habría una
botella, se detenía con mucha devoción
en las fotos de su madre, la encontraba hermosa y con mucha pena lloraba
pensando en ella, hasta quedarse finalmente dormido.
Pero algo comenzó a cambiar en la mente
del carnicero, la espantosa abominación de sus constantes pesadillas lo atormentaba noche tras noche,
sin lograr conciliar el sueño. Imágenes de cadáveres guardados en la nevera,
cabezas humanas, pies y manos esparcidos en la sangre congelada, era la premonición
de un oscuro y terrorífico sentimiento que nacía del lugar más macabro del
espíritu humano. Poco a poco fue imaginando a todas aquellas personas que
entraban y salían de la carnicería, descuartizadas y trozadas en su mesón,
ciegas y burdas personas que solo pedían kilos y kilos de carne de res, como si
el mundo se fuera acabar; cada día su rabia hacia aquellas personas, que lo trataban con ironía y gestos de desprecios
comenzó a florecer; se burlaban por ser un carnicero de un barrio olvidado y de
actuar como un hombre retraído, pero todo aquello tendría su fin.
Una noche a eso de las 09:00 en punto,
la oscuridad azotó el portalón de la carnicería y el Sr. Jonás se disponía a
cerrar e ir por un vaso de whisky; pero un sujeto alto de contextura ancha y
brazos largos impidió que cerrara la cortina con su bastón y le exigió que le
vendiera un trozo de carne. El Sr. Jonás le pidió amablemente que se retirara,
pero el tipo insistió brutalmente presionando con el bastón las manos de Jonás,
él no se pudo resistir y dejo entrar al sujeto; enfurecido por dentro Jonás
cerró la cortina asegurándose que no hubiera más clientes merodeando por el
barrio.
-Quiero aquel trozo de carne –ordenó
aristócratamente el sujeto apuntando con su bastón –, y que sea rápido, no
tengo toda la noche.
El sujeto ni siquiera alzó la vista
para ver el rostro del Sr. Jonás mientras preparaba la carne; pero una
endemoniada visión empezó a nacer desde su profunda agonía, imágenes de
cadáveres y de personas desmembradas lo volvía a atormentar mientras cortaba la
carne, el sujeto ni se inmutaba de su presencia. La imagen de la carne y sangre
humana, después más carne y más sangre humana como el flash de una cámara lo
cegó irremediablemente. El Sr. Jonás brincó desde el mesón como un tigre y
comenzó a apuñalar al sujeto en el rostro, fueron varias macabras estocadas que
dejó sin reacción alguna al infeliz y pedante hombre; la rabia bestial era
incontenible, la sangre humana se esparcía por todo su cuerpo, las hojas del
cuchillo entraban y salían del rostro del sujeto como si fueran mantequilla;
una burbuja de sangre se ahogaba en la garganta del desdichado hombre; pero
Jonás sintió tranquilidad, su rabia se había ido; y para él el individuo no era
más que otro pedazo de carne que había que descuartizar. Fue hacia la bodega
frigorífica y extrajo una vieja cierra oxidada y la hecho andar, se acercó al
cuerpo con el rostro deformado, y ¡Que abismal sorpresa! Los ojos moribundos
del sujeto aún se movían, la pupila desmembrada del cuerpo corneado se habría,
avizorando el rugido del último espanto; se escuchó un diminuto quejido de
espasmo cadavérico que se perdió en el silencio. El Sr. Jonás cercenó
sanguinariamente la cabeza del sujeto la tomó del cabello y la hizo a un lado,
luego, prosiguió con sus extremidades hasta acabar con el torso; envolvió los
restos en bolsas de plástico, y guardó las presas humanas en la nevera, prendió
un habano y se sirvió un Whisky; luego se dirigió al diván y se quedó dormido
junto con el álbum familiar en la mano.
Al día siguiente se levantó y abrió la
carnicería como cualquier día normal, las personas entraban y salían de la
carnicería sin pensar en el horrendo crimen que había acontecido; pero el Sr
Jonás no podía olvidar el baño de sangre que había provocado, las imágenes de
carne y sangre humana, luego, más carne y más sangre humana parpadeaban en su
macabra mente, y luego el último espasmo cadavérico del sujeto que había
asesinado trinó en su oído desesperado.
-¡Oiga viejo! ¿Está loco? –Fue
interrumpido por un mordaz cliente, Jonás despabiló –, escúcheme anciano, ¿Esta
demente o qué? Quiero que me atienda, deme ese trozo de carne, lo necesito para
la cena.
El inesperado hombre no alzó su mirada
para verlo en ningún momento, el Sr. Jonás respondió suave y humildemente:
-¡Espere un momento! Ya es tarde señor,
debo cerrar la cortina.
-¡Solo apúrese! Anciano, no tengo toda
la noche –respondió el sujeto efusivo.
Jonás se aseguró que nadie quedará en
la carnicería, ya entraba la noche una vez más, luego, un grito agobiante de
espanto, la niebla en los adoquines del barrio, el aullido endemoniado de los
perros salvajes…, Jonás cerró la vieja cortina de la carnicería muy lentamente…,
el sonido de una cierra se disipó en la macabra suplica de un hombre.
GTF
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