martes, 8 de noviembre de 2016

La Demencia del Sr. Jonás






La vida era como el filo de un cuchillo  para el Sr. Jonás; a veces piensa que ha malgastado su tiempo sumergido en la pequeña carnicería de su padre, herencia que para esta altura ya era un karma; en algunas ocasiones, por las tardes venusinas,  fijaba su mirada por la ventana y recordaba cómo era la vida en su juventud, recordaba aquellos momentos felices que tenía con su padre caminando por el  parque de Saint Black, charlando de quien había sido su madre, una mujer artista y distinguida, pero que había  encontrado  la muerte al momento de dar a luz a Jonás.
La melancolía de sobrevivir en la soledad más seca que un hombre puede soportar, junto con el inesperado abandono  de su padre lo había hecho envejecer prematuramente. Se había marchado un día Domingo mientras Jonás habría la carnicería, le dejo una carta a la cabecera de la cama explicando el motivo de su huida, lo que Jonás finalmente concluyó que su padre jamás pudo soportar la soledad que le trajo la muerte de su madre y probablemente lo culparía por aquello.
Así pasaron los años, la gente entraba y salía de la carnicería, pero para Jonás no eran más que muñecos parlantes que compraban carne y más carne, deseándola, como si fuera la mejilla de Jesús, pero él solo cortaba los trozos por inercia, mientras su mirada se detenía perpleja en la sangre esparcida.
En las noches después de cerrar,  tomaba  unas copas de whisky, junto al álbum familiar, era el whisky que su padre guardaba en el estante, probablemente hace años que nadie habría una botella, se detenía  con mucha devoción en las fotos de su madre, la encontraba hermosa y con mucha pena lloraba pensando en ella, hasta quedarse finalmente dormido.
Pero algo comenzó a cambiar en la mente del carnicero, la espantosa abominación de sus constantes  pesadillas lo atormentaba noche tras noche, sin lograr conciliar el sueño. Imágenes de cadáveres guardados en la nevera, cabezas humanas, pies y manos esparcidos en la sangre congelada, era la premonición de un oscuro y terrorífico sentimiento que nacía del lugar más macabro del espíritu humano. Poco a poco fue imaginando a todas aquellas personas que entraban y salían de la carnicería, descuartizadas y trozadas en su mesón, ciegas y burdas personas que solo pedían kilos y kilos de carne de res, como si el mundo se fuera acabar; cada día su rabia hacia aquellas personas, que  lo trataban con ironía y gestos de desprecios comenzó a florecer; se burlaban por ser un carnicero de un barrio olvidado y de actuar como un hombre retraído, pero todo aquello tendría su fin.
Una noche a eso de las 09:00 en punto, la oscuridad azotó el portalón de la carnicería y el Sr. Jonás se disponía a cerrar e ir por un vaso de whisky; pero un sujeto alto de contextura ancha y brazos largos impidió que cerrara la cortina con su bastón y le exigió que le vendiera un trozo de carne. El Sr. Jonás le pidió amablemente que se retirara, pero el tipo insistió brutalmente presionando con el bastón las manos de Jonás, él no se pudo resistir y dejo entrar al sujeto; enfurecido por dentro Jonás cerró la cortina asegurándose que no hubiera más clientes merodeando por el barrio.
-Quiero aquel trozo de carne –ordenó aristócratamente el sujeto apuntando con su bastón –, y que sea rápido, no tengo toda la noche.
El sujeto ni siquiera alzó la vista para ver el rostro del Sr. Jonás mientras preparaba la carne; pero una endemoniada visión empezó a nacer desde su profunda agonía, imágenes de cadáveres y de personas desmembradas lo volvía a atormentar mientras cortaba la carne, el sujeto ni se inmutaba de su presencia. La imagen de la carne y sangre humana, después más carne y más sangre humana como el flash de una cámara lo cegó irremediablemente. El Sr. Jonás brincó desde el mesón como un tigre y comenzó a apuñalar al sujeto en el rostro, fueron varias macabras estocadas que dejó sin reacción alguna al infeliz y pedante hombre; la rabia bestial era incontenible, la sangre humana se esparcía por todo su cuerpo, las hojas del cuchillo entraban y salían del rostro del sujeto como si fueran mantequilla; una burbuja de sangre se ahogaba en la garganta del desdichado hombre; pero Jonás sintió tranquilidad, su rabia se había ido; y para él el individuo no era más que otro pedazo de carne que había que descuartizar. Fue hacia la bodega frigorífica y extrajo una vieja cierra oxidada y la hecho andar, se acercó al cuerpo con el rostro deformado, y ¡Que abismal sorpresa! Los ojos moribundos del sujeto aún se movían, la pupila desmembrada del cuerpo corneado se habría, avizorando el rugido del último espanto; se escuchó un diminuto quejido de espasmo cadavérico que se perdió en el silencio. El Sr. Jonás cercenó sanguinariamente la cabeza del sujeto la tomó del cabello y la hizo a un lado, luego, prosiguió con sus extremidades hasta acabar con el torso; envolvió los restos en bolsas de plástico, y guardó las presas humanas en la nevera, prendió un habano y se sirvió un Whisky; luego se dirigió al diván y se quedó dormido junto con el álbum familiar en la mano.
Al día siguiente se levantó y abrió la carnicería como cualquier día normal, las personas entraban y salían de la carnicería sin pensar en el horrendo crimen que había acontecido; pero el Sr Jonás no podía olvidar el baño de sangre que había provocado, las imágenes de carne y sangre humana, luego, más carne y más sangre humana parpadeaban en su macabra mente, y luego el último espasmo cadavérico del sujeto que había asesinado trinó en su oído desesperado.
-¡Oiga viejo! ¿Está loco? –Fue interrumpido por un mordaz cliente, Jonás despabiló –, escúcheme anciano, ¿Esta demente o qué? Quiero que me atienda, deme ese trozo de carne, lo necesito para la cena.
El inesperado hombre no alzó su mirada para verlo en ningún momento, el Sr. Jonás respondió suave y humildemente:
-¡Espere un momento! Ya es tarde señor, debo cerrar la cortina.
-¡Solo apúrese! Anciano, no tengo toda la noche –respondió el sujeto efusivo.  
Jonás se aseguró que nadie quedará en la carnicería, ya entraba la noche una vez más, luego, un grito agobiante de espanto, la niebla en los adoquines del barrio, el aullido endemoniado de los perros salvajes…, Jonás cerró la vieja cortina de la carnicería muy lentamente…, el sonido de una cierra se disipó en la macabra suplica de un hombre.
          

         GTF

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